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133 es ese peluche que te gustaría estar acariciando siempre. De ella me quedo con su voz, que te envuelve en una atmósfera de tranquilidad y lujo de espíritu, pero ese susurro es sólo el anzuelo que su naturaleza usa para cazarte. Si dejas que caiga sobre tí su sonrisa, no puedes evitar querer rendirte a sus abrazos, y ahí estás perdido. Cuando entras en contacto con ella, sientes que te quieres quedar a vivir junto a su piel para siempre, sin descanso, embriagándote de la locura de su cuerpo. Ni siquiera el éxtasis te permitirá pedir un poco de aire, tu voluntad se ha colapsado y somete su cuerpo a su figura, buscando el cobijo que ella muestra pero no quiere.
Esta asesina de voluntades guarda sin embargo una desconcertante naturaleza depredadora. En realidad no busca destrozar a sus víctimas, busca sus propios límites porque es ahí donde encuentra su paz, pero esa paz vive dentro de la más destructiva de las tormentas, y hasta allí nos conduce a los que caemos en sus brazos, viendo impotentes la mayoría, cómo ella se derrumba sin consuelo porque no logramos recorrer el último tramo de su deslumbrante y fatal escalera de placer.
Probablemente debería cocinar su manjar de placer en los fogones del cariño, a fuego lento, como las más pacientes mermeladas caseras terminan hirviendo e invaden con su aroma toda la casa.
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