sábado, 16 de enero de 2010

Ulises, antes y después



Un amigo me dijo una vez que uno nunca cambia su esencia, en todo caso lo que podría cambiar es su actitud ante las cosas. Y casi treinta años después de oir eso tengo que darle la razón al muy cabrón.
Me da rabia que unos cromosomas tarados condicionen mi devenir por este mundo, y lo más que puedo hacer es esforzarme cada día por ser un poco mejor, sabiendo que cada amanecer mi calificación volverá a cero y tendré que trabajar de nuevo para no tropezar con la misma piedra. Los méritos de ayer no sirven para hoy cuando se trata de mejorar nuestros impulsos más primarios. Dicho de otra manera, nuestro carácter es como el jersey que Penélope teje cada día y desteje cada noche, nunca conseguiremos perfeccionarlo, como sus pretendientes nunca llegaron a verlo terminado... mientras yo, Ulises, sigo vagando en un viaje interminable en el que no encuetro mi camino a casa.
Esta desazón no esculpe, pero sí matiza mi comportamiento, en función de lo atento que uno se levante cada día, de las ganas de mejorar o al menos no salir perjudicado por lo que te aceche en cada jornada. Lo cierto es que si bajamos la guardia seremos unos perdedores, y no es que nadie nos recuerde entonces, es que nosotros mismos no querremos mirarnos en un espejo. Por eso hay que luchar cada día, pero no de manera cansina, como trabajan los esclavos de una mina, hay que obviar nuestras limitaciones e intentar rebañarle un ápice de felicidad a la perversa Circe.
Esto se lo dedico a mis dos "ciento treinta y pico", que han elegido dos actitudes diferentes con respecto a mí, pero que buscan lo mismo, ser felices.